El cobalto está en las entrañas de los teléfonos inteligentes,
ordenadores portátiles, cámaras digitales, altavoces bluetooth. Por
ahora es insustituible: aumenta el rendimiento de las baterías
recargables y las hace más duraderas. Hoy, todo el mundo, sin darse cuenta, se ha hecho con un trozo de este material,
que está provocando un alboroto inusitado entre las compañías de
tecnología, los fabricantes de coches, las empresas mineras y diversos
Gobiernos del planeta que han calificado al metal como “clave” para su
economía. ¿Las causas? Una posible escasez de la materia prima combinada
con la demanda creciente de dispositivos móviles y vehículos eléctricos
ha catapultado hasta las nubes el precio del mineral.
En
marzo de este año, un kilogramo de cobalto costaba 95 dólares (82,3
euros, al tipo de cambio actual). La semana pasada rondó los 62 dólares
(54,4 euros), casi tres veces más que hace dos años, cuando el mineral
tocó su cotización mínima de la última década: 22 dólares (18,9 euros),
según los datos del mercado de metales de Londres. “Los precios del
metal han extendido al inicio de este año su tendencia alcista que
comenzó a principios de 2016 como resultado de una fuerte demanda, una
disponibilidad limitada del material y un aumento en las compras de los
inversores”, resume Caspar Rawles, analista de la consultora británica
Benchmark Mineral Intelligence. Hasta hace no mucho, el cobalto
—utilizado también en superaleaciones para turbinas de gas, vehículos
espaciales, motores de cohetes y reactores nucleares— navegaba por aguas
menos turbulentas.
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Glencore controla el 22% de la extracción mundial del mineral, centrada en África
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